“Geganta de l’Aigua, Manotes Bailaó i Nano Cervell”,
una obra de Manuel Morales Espinosa en los márgenes de nuevos paradigmas en la
escultura pública urbana.
Emociona
ver, descubrir, percibir el conjunto escultórico que regala Manuel Morales
Espinosa a la ciudad de Sant Boi de Llobregat. Muchos, la gran mayoría lo van a
ver por primera vez desde el coche. Al ser una escultura pública y urbana,
ubicada en una de las rotondas de acceso a la ciudad, uno llega a ella y la
transita desde una interesante deambulación iniciática ad-hoc a la personalidad
e intención de este artista poliédrico (escultura, instalación, performance,
artes visuales, documentalismo, composición musical, educación social…).
Manuel,
partícipe desde hace décadas, de la vida cultural, artística y social
santboiana (la Saleta, la Peixateria, el CCCA, Camps Blancs…), comenzó su
andadura como discípulo de Juan de Andrés, a su vez discípulo destacado del
gran Torres García, y lo hizo desarrollando sus creaciones en una línea
universalista y de activismo que daría paso, desde su admiración a Beuys, a una
obra personal comprometida con la naturaleza.
Trabajador incansable en una interdisciplinariedad creativa con fines
didácticos y de cohesión social, tras su paso por proyectos de envergadura,
como haber sido uno de los fundadores del Festival Internacional de Performance
de Barcelona, trabaja actualmente en proyectos internacionales siendo una pieza
clave en el Centro de Arte Can Castells de Sant Boi de Llobregat y colaborador-asesor de la Facultad de Bellas Artes de la
Universidad de Barcelona.
Manuel
Morales es fiel a aquella frase de Xavier Pedrós “Actúa en tu barrio y cambiarás el mundo, actúa en el mundo y
cambiaras tu barrio” y en esa línea uno se encuentra sorpresivamente con su
obra titulada Geganta de l’Aigua, Manotes Bailaó i Nano Cervell, una
obra pública no tanto porque esté en la vía pública sino más bien porque desde
su generosidad, es patrimonio del público: los ciudadanos de los barrios y los
ciudadanos del mundo.
Confieso
que conocía vagamente este proyecto gestado en el imaginario de Manuel Morales
Espinosa hacía tiempo, pero le había perdido la pista hasta que
sorpresivamente me lo encontré de golpe en mi campo visual entrando con mi
automóvil en Sant Boi. En aquel momento, cosas de la memoria semántica y de la
memoria episódica, recordé cuando vi por primera vez el monte Everest. Lo vi, rara
avis desde arriba, desde un avión, llegando en un vuelo desde la lejana
Europa con destino a Katmandú. Y lo vi porque estando dormido, me despertó ese
característico susurro de la gente que al unísono participa de algo
sorprendente, claro, no podía ser yo menos en gozar de ese sublime espectáculo.
Lo sublime tiene muchas connotaciones, en la más romántica y en la línea de
Argullol, es el sentirse pequeño ante algo enorme, desorbitado, grandioso,
bello, impactante. A Goya casi le pegan cuando susurró -¡Sublime¡ viendo
quieto, anonadado, la belleza del incendio del Teatro principal de
Zaragoza mientras maños y mañas corrían con cubos y cubos de agua para
apagarlo.
A
mí me resultó sublime ver este conjunto escultórico, rara avis desde un
coche, y verlo guiado por el susurro de mi hija pequeña, que
fue quien me alertó entrando en la rotonda exclamando como solo un niño puede
hacerlo - ¡Mira papá que chulo!-. Esa es la más grande y sincera crítica de
arte que se puede hacer. Y claro, en seguida me di cuenta de que era la obra
soñada desde hacía tiempo por este santboiano ilustre, hombre afable, amable, cariñoso y enamorado de su ciudad sus barrios
y nunca mejor dicho de sus barros
Confieso
que di varias vueltas a la rotonda ante la sorpresa de otros conductores. - Se
ha perdido debieron pensar-, cuando lo cierto es
que era todo lo contrario, - me había encontrado -, había encontrado ese
momento sutil, sublime y gratificante que todos nosotros soñamos. La obra de
Arte es una historia de pasión. También Confieso que aparqué y me acerqué con
mi hija, a pesar de la dificultad de acceso (no hay pasos peatonales), y a
ella, mi hija, le pareció aún más chula que antes.- ¡Que grande Papá! - . Nos
sentimos bien, a gusto, con olor a tierra, próximos a nuestro ADN ancestral,
habitantes del símbolo, observadores y a la vez partícipe, antiguos y a su vez
más modernos que los más modernos. Descubrimos, y este es tal vez el
descubrimiento emocional, que, en aquellas sabias arcillas, que no necesitan
cocción, habitaban abejas y otros insectos. Se había producido, de la tierra y
el agua, el milagro de la vida. Una vida, no obstante, que nos debe preocupar
por su fragilidad. He aquí que el conjunto es también habitáculo, hogar y
esperanza.
Imagino
a Manuel Morales Espinosa con sus manos curtidas y sabias moldeando estos
barros, sedimentos fluviales. Compactando, apretando, interviniendo como los
antiguos (decía Borges que la contemporaneidad volverá a pasar por lo antiguo).
Estas arcillas y licorellas, los barros,
son el material destacado en este conjunto en el que Manuel nos representa
personajes históricos y característicos del mundo gigantero en un simbolismo no
exento de su acento activista. Y es que el artista desea hacernos pensar, en la
excelencia de su concepción de la vida inseparable de la naturaleza, sobre el
futuro de la humanidad.
Sus
actores son una triada mágica en acción, La Geganta de l’Aigua, mujer,
recolectora de agua pluvial con sus brazos abiertos, mater, quien preserva ese
bien preciado y tan poco valorado por nuestra prepotencia y suprematismo
occidental. A ella, le acompaña el Manotes Bailaó, un personaje
giróvago, elíptico y dinámico, un danzarín que homenajea la cultura popular,
aquella que es patrimonio, memoria y ancestro. A cuidar, preservar, difundir y
reivindicar. Y el último vértice de este triángulo es el no menos interesante Nano
Cervell, el típico capgrós grotesco que representa con su enorme cabeza el
extraordinario mundo infantil, lleno de sabiduría innata y pura que ha de
transformar el futuro de la humanidad.
Acostumbrado
a obras escultóricas de carácter público y urbano eclécticas en su concepción,
en las que prolifera y prevalece el mero hecho estético o en ocasiones un
conceptualismo elitista alejado de la realidad, que distorsiona más que
cohesiona, agradezco al artista Manuel Morales Espinosa su gran valentía, el
ser él mismo (íntegro e insistente) y el utilizar en sus obras materiales
ecológicos, naturales y sostenibles, preservando la memoria y contribuyendo a
que el gran patrimonio inmaterial que es la artesanía y los oficios no se olviden
y desaparezcan. Como ciudadano darle las gracias por este gran regalo, hecho
con sus manos, también con su corazón. Admirar su respeto a la naturaleza y
convertirse con ello en ejemplo a seguir.
Animo
actualmente a mis alumnos de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de
Barcelona a aproximarse a personalidades, obras y trayectos que les motiven en
el altruismo, los valores éticos, la cohesión social, la igualdad , la
democracia y la sostenibilidad. Este es un caso mayúsculo.
En
mis enunciados docentes aparece Manuel Morales Espinosa y su obra Geganta
de l’Aigua, Manotes Bailaó i Nano Cervell como objeto de conocimiento.
Animo a mis alumnos a visitar y sentir esta obra que encaja en los nuevos
paradigmas de lo que considero debe ser la escultura pública y urbana. Un punto
de encuentro, reflexión y compromiso en lo humano.
Espero
y deseo que poco a poco esta obra se dé a conocer. Se defienda como obra de
arte de interés social, artístico y cultural en las iniciativas públicas
locales y translocales. Sant Boi tiene un tesoro y tal vez todavía no se ha
percatado.
Gracias
de corazón Manuel Morales Espinosa.
Rafael
Romero Pineda.
Profesor
de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona.
Investigador
Principal del Grupo de Innovación Docente M.I.M.A (Memòria i Materia
Artística). Universidad de Barcelona.